miércoles, 17 de julio de 2013

Mi matrimonio. Relación con mis suegros... (más bien, con mi suegra). Parte III.

Meses después de casarnos, (y también después del incidente del hospital), un fin de semana el vallecano se animó a hacer paella en casa por primera vez; no la había hecho nunca.

Invitamos a mi padre a comer, porque a él le encantaba la paella, y llegó un pelín antes de acabar. Cuando acabó de hacerse, mi padre dijo "No, aún no está. Para que esté bien, ahora tenéis que echarle un paño húmedo por encima tapándolo todo, y dejarlo reposar entre 5 o 10 minutos así, con el paño". Así lo hicimos.

Pasado ese tiempo nos sentamos a la mesa, servimos la paella... ¡¡¡ESTABA BUENÍSIMA!!!. Aún a fecha de hoy, 13 años después, sigo diciendo que el vallecano hacía las mejores paellas que he probado en mi vida (a cada uno, lo suyo, y si es justo, pues es justo).

Al fin de semana siguiente, cuando fuimos a casa de mis suegros, la madre hizo (como no) paella, pero... ya no era igual. Después de haber probado la que hizo el vallecano, la de su madre se podía comer, pero no tenía ese sabor que consiguió darle su hijo tan estupendo. Se lo comentamos, y dijo que se alegraba que le saliesen tan bien las paellas, que hombre, toda la vida viendo a su madre haciéndolas, algo se le tenía que haber pegado, y que si le había salido mejor, pues mira, que se alegraba (una leche se alegraba, se le notaba que estaba rabiosa y envidiosa).

Meses más tarde, llegó el verano, y mi suegra se fue como todos los años a Torrevieja, todo el mes de Julio y Agosto, mientras, el marido se quedaba en Julio en Madrid sólo, trabajando, y luego en Agosto, se iría ya también a Torrevieja.

Un fin de semana, a mi me daba un poco de pena que el padre se quedase sólo en casa, por lo que le dije al vallecano, que si eso que le dijese al padre ese viernes, que el sábado le íbamos a buscar a casa, y se quedaba en nuestra casa a comer y a dormir, y que el domingo por la tarde, si eso ya se volvía a su casa para el lunes irse a trabajar, a lo que dijo que vale, que muchas gracias.

El sábado, cuando el vallecano fue a buscar al padre, yo me quedé acabando de preparar la comida, carne guisada. Cuando llegaron a casa, el padre me dijo: "¿Qué hay de comer Gema?". "Carne guisada". A lo que me dijo: "Uhm..., es que a mí la carne guisada..., no me gusta mucho, la verdad". Entonces le contesté: "Mira, tú la pruebas, y si no te gusta, no pasa nada, te preparo un filete o lo que sea, y punto".

Ya nos sentamos a la mesa a comer, el padre se echa un poquito, lo corta, se mete un trocito en la boca..., lo saborea..., se corta otro... "Gema, ésta carne guisada está buenísima, no como la de mi mujer, que le sale toda seca. Le vas a tener que dar la receta a R." (Ahora, mirado desde la distancia, y recordando la discusión de las vacaciones pre-boda..., menos mal que no tenía ni puta idea de cocinar, y después resulta que le iba a tener que dar la receta a su mujer...; pero bueno).

Maldita la hora que le contó a su mujer que a mí me salía la carne guisada muchísimo mejor que a ella..., si las cosas ya de por sí, no estaban muy para allá que digamos, desde entonces era como si estuviese la mujer en pie de guerra conmigo, y a la más mínima, me lanzaba alguna pulla, o me ponía alguna pega, o me tiraba alguna indirecta, o...

Posteriormente, parece que la mujer tenía muchas ganas de ser abuela, y un día que fuimos a su casa, nos preguntó para cuando íbamos a encargar un niño, a lo cual le dije que yo era muy joven, que quería disfrutar un poco más de nuestro matrimonio, pero que sí tenía pensado con 26 años, empezar a intentarlo. "Ah, pues me parece muy bien, Gema, hija; aunque ya sabes lo que dice el refrán; los hijos de mi hija, mis nietos son, los hijos de mi hijo, lo serán o no".

Me quedé toda cortada, no supe reaccionar ni contestarla, pero mentalmente, recuerdo que pensé "¿me está llamando puta fulana a la cara?, ¿pero de qué va?".

Seguimos durante un tiempo con nuestros tiras y aflojas, normalmente dejándome bastante cortada, hasta que un día, ya no pude más, y salte.

Un día, no recuerdo a qué vino a cuento, pero seguro por algún "favor" que nos hiciera a su hijo o a mi (regalar algo de ropa, o alguna colonia, alguna historia de esas...), me dijo: "Gema, es que yo a buenas, soy muy buena, pero a malas..., no hay quién me gane". Tanto me hartó, que no pude evitarle contestarla: "Mira R., si a malas no hay quién te gane, aquí has dado con una que si no te gana, por lo menos, te iguala".

Desde entonces, la relación empezó a ser más "cordial", pero sabiendo que había dado con la horma de su zapato. 

Aquí estoy R., y no me pienso "achantar".




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